Adolescentes de hoy. Chicas jóvenes. Aunque también afecta a los varones, no es propiedad de la mujer. Tienen un alto nivel de exigencia para consigo mismo, son sobreadaptados, cumplen con las exigencias del ambiente porque cumplen las demandas que se les pide. Y cumplen con creces. Es gente que le va muy bien en el colegio -en la mayoría de las veces-. Si están trabajando, les va muy bien. La bulimia y la anorexia van de la mano con las apariencias que siempre engañan.
Como explicó la docente de psicología, Cristina Maccari, “hay problemas con el cuerpo porque el cuerpo es un cuerpo de resonancia que indica qué te está pasando a vos en tu interioridad. Hay una distorsión del esquema corporal, la persona quiere hacer de sí misma algo que no es o para hacerlo tendría que trabajar con elementos que no reconoce. Hay una disociación grande, sobre todo en lo corporal, una distancia muy grande entre la imagen ideal y la imagen de sí. Lo que es está muy lejos de lo que quiere ser, pero a diferencia de otras patologías ha logrado que con su conducta se parezcan mucho al ideal que tienen. Es decir, encarnan el ideal sin tener en cuenta o negando, reprimiendo quienes realmente son y que está pasando”.
Escena 1, una ventana al mundo
Es una historia real. De eso trata esta nota periodística. Una de esas chicas se llama Carla. Está en un ciber. Ella le pide una computadora al empleado que la atiende, quien come una factura y con tanta gracia deja caer el dulce de leche por las comisuras de la boca. Se le hace un nudo en el estómago. Piensa y le saca de quicio, “¡qué injusto es el mundo!”. Torbellinos en su interior, otra vez por nervios o por el dolor que le inflige el recuerdo. Quizá solo le duele por el día y medio que lleva sin comer, pero la palabra “gordura” se le retuerce en el cerebro mientras camina hacia la máquina dos, como le indicaron.
Escena 1, una ventana al mundo
Es una historia real. De eso trata esta nota periodística. Una de esas chicas se llama Carla. Está en un ciber. Ella le pide una computadora al empleado que la atiende, quien come una factura y con tanta gracia deja caer el dulce de leche por las comisuras de la boca. Se le hace un nudo en el estómago. Piensa y le saca de quicio, “¡qué injusto es el mundo!”. Torbellinos en su interior, otra vez por nervios o por el dolor que le inflige el recuerdo. Quizá solo le duele por el día y medio que lleva sin comer, pero la palabra “gordura” se le retuerce en el cerebro mientras camina hacia la máquina dos, como le indicaron.
Se conecta. Miles de personas se abren y ella se vierte en la información como si quisiera absorberla, retenerla y no dejarla ir. Claro, sin engordar un gramo. Entra a un fotolog que parece ser muy popular, la dueña exhibe su cuerpo y publica dietas, consejos, tips como le llaman ahora. Muchas adeptas le firman agradeciéndole, aconsejandole, elogiándola. Parece un club de fans, de pobres chicas que no tienen más que la aprobación ajena. Necesita ayuda. Está conectada y empiezan a escribir.
-Carla: Disculpá que te agregué así de tu fotolog.
-Claudia: ¡Está bien, pasa siempre!
-Carla: Pensé que podrías ayudarme con mi problema. Con mi gordura.
-Claudia: Puedo ayudarte, como ayudo a las demás publicando las dietas y métodos.
-Carla: Eso está bien, pero, ¿cómo no comer? Las ganas no me las quita nadie.
-Claudia: No se trata de no tener hambre sino de entender que querés otra cosa, que la comida te infecta, que vos podés ser más pura que los demás. Esto es un estilo de vida.
-Carla: ¿Cómo me saco el hambre?
-Claudia: Así. Entendiendo que no querés comer. Avergonzándote de lo que sos, comiendo frente a un espejo hasta que te de asco y quieras vomitarlo todo. Viene con el tiempo todo este sentimiento, por ahora hacé dietas y pensalo.
-Claudia: ¡Está bien, pasa siempre!
-Carla: Pensé que podrías ayudarme con mi problema. Con mi gordura.
-Claudia: Puedo ayudarte, como ayudo a las demás publicando las dietas y métodos.
-Carla: Eso está bien, pero, ¿cómo no comer? Las ganas no me las quita nadie.
-Claudia: No se trata de no tener hambre sino de entender que querés otra cosa, que la comida te infecta, que vos podés ser más pura que los demás. Esto es un estilo de vida.
-Carla: ¿Cómo me saco el hambre?
-Claudia: Así. Entendiendo que no querés comer. Avergonzándote de lo que sos, comiendo frente a un espejo hasta que te de asco y quieras vomitarlo todo. Viene con el tiempo todo este sentimiento, por ahora hacé dietas y pensalo.
Anorexia. Bulimia. Para explicar qué significan, la profesora de biología Graciela Bugallo definió que “son dos enfermedades producidas por una. En realidad es una enfermedad por alteración psicológica, la persona anoréxica piensa que es gorda cuando en realidad no lo es, pero según su esquema mental-corporal ella es obesa aunque pese cuarenta kilos-. Y la bulímica, que es más difícil de detectar, es una persona que come y siente culpa por haber comido o por haber ingerido el alimento, y lo vomita. Hace todo lo posible para vomitar. ¿Qué significa? Ponerse los dedos en la boca para vomitar, tomar alguna pastilla laxante. Es decir, una vez que comió siente culpa y lo va a querer eliminar”. Su colega, Cristina Maccari, señaló en relación al perfil de las chicas que se comunican en los fotolog y los foros, “es la sobreadaptación, la sobreexigencia, son completamente competitivos y tienen la necesidad de ser primero. Tienen una necesidad de controlar esa realidad como controlan su cuerpo, para eso tenés que navegar los aspectos de la realidad que escapan a tu control, disociar aquellas cosas que vos percibís que te impedirían ejercer el control y reprimir todo eso que boicotee ese control”.
Escena 2: el encuentro
Pasados unos días siguió la historia. Carla pensaba, “¿cómo se podría controlar? ¿cómo se podría prestar más atención? ¿cómo podría ser aceptada por los flacuchos de los amigos de su novio? Ellos, tan superficiales, tenían razón: estaba gorda”. Volvió al ciber. Estaba ansiosa por hablar con su amiga. Lo hace, pero se entera que su consejera (Claudia) está metida en la batalla de la bulimia y la anorexia hace tres años y medio. Mientras hablaban sobre cuestiones como las dietas, Carla comprendía que a partir de ahora el enfrentamiento contra su cuerpo iba a ser feroz. Arreglaron para verse, aunque quizá suene como un acto de caridad, está realmente emocionada. Es la única persona en este momento que la entendía, se sentía desilusionada de sus amigas, de la falta de contención sólo Claudia la comprendía.
Escena 2: el encuentro
Pasados unos días siguió la historia. Carla pensaba, “¿cómo se podría controlar? ¿cómo se podría prestar más atención? ¿cómo podría ser aceptada por los flacuchos de los amigos de su novio? Ellos, tan superficiales, tenían razón: estaba gorda”. Volvió al ciber. Estaba ansiosa por hablar con su amiga. Lo hace, pero se entera que su consejera (Claudia) está metida en la batalla de la bulimia y la anorexia hace tres años y medio. Mientras hablaban sobre cuestiones como las dietas, Carla comprendía que a partir de ahora el enfrentamiento contra su cuerpo iba a ser feroz. Arreglaron para verse, aunque quizá suene como un acto de caridad, está realmente emocionada. Es la única persona en este momento que la entendía, se sentía desilusionada de sus amigas, de la falta de contención sólo Claudia la comprendía.
Al llegar a la casa de su amiga Claudia se encontró con un mundo distinto y una persona con proyectos y metas a alcanzar ya terminó el secundario, estudiará hotelería. También le contó que no tenía hermanos. Ella parecía destacarse y tener éxito en todo lo que emprendía. Más que nunca pensaba que era la indicada para ayudarla con su gordura. “Sentate, ponete cómoda”, le dijo indicándole un sillón nuevo y mullido. “Ya vengo, voy a buscar algo”, acotó. “Este es mi mayor tesoro”, irrumpió Claudia mientras bajaba por las escaleras. Traía consigo una caja forrada con fotos de modelos, la apoyó en una mesa y la abrió. Carla seguía admirando la silueta de su nueva amiga.
Las chicas y su entorno familiar. Para la psicología la recomposición de la relación familiar resulta esencial a la hora del camino de la recuperación, tal como sostuvo la docente Maccari, “hay un tema social porque la delgadez tiene que ver con la década del 60, donde se impone al otro determinado cuerpo. Entonces, hay que adaptarlo al modelo de belleza, pero ahora los medios de comunicación demuestran constantemente el cuerpo que deberías tener en la televisión, afiches. En algunas personas con una necesidad de adaptación muy grande, una necesidad de amor muy grande, de adaptarse a lo que el otro le está pidiendo”. Enfatizó que “cuando vos te sentís amado y querido, y realmente te sabés amado y querido, no pasa nada con que algún día no cumplas con alguna exigencia del otro porque sabés que eso no pone en peligro el amor que el otro te tiene”.
Escena 3: el diario
Sonó el timbre de la casa. “¡Qué raro! ¡nunca viene nadie!” dijo. Carla aprovechó el momento para mirar el interior de esa caja misteriosa. Vio fotos, metros y laxantes. Encontró un diario íntimo. No pudo negarse a la tentación de bucear en su interior. “Mi querido diario. Un día más sin ser quién soy. Pero, ¿yo, quién es yo? Hoy es la del corazón. Yo no tengo madre, no la conocí lo suficiente para recordarla. La odio por haber muerto, por haberme privado de cariño y compañía. Y mi padre… pobre. Me abrió las puertas a un mundo de lujo, de fiestas, ropa. Sólo calma la culpa que siente por no saber qué hacer conmigo, no está nunca… Seguramente fue igual con mamá. No tengo a quien recurrir. No quiero espantar a mi novio con todo esto, ni pinchar la burbuja de la felicidad en la que viven mis amigas. Soy capaz de muchas cosas que no querrán saber. ¿Qué hago? Nada. Tiempo invertido en estudio, excelentes notas, cursos varios, simpatía extrema. Eso es nada y me odio, lo cierto es que me acostumbré a no querer comer. Voy a ser perfecta y si duele a nadie le importa”.
Escena 3: el diario
Sonó el timbre de la casa. “¡Qué raro! ¡nunca viene nadie!” dijo. Carla aprovechó el momento para mirar el interior de esa caja misteriosa. Vio fotos, metros y laxantes. Encontró un diario íntimo. No pudo negarse a la tentación de bucear en su interior. “Mi querido diario. Un día más sin ser quién soy. Pero, ¿yo, quién es yo? Hoy es la del corazón. Yo no tengo madre, no la conocí lo suficiente para recordarla. La odio por haber muerto, por haberme privado de cariño y compañía. Y mi padre… pobre. Me abrió las puertas a un mundo de lujo, de fiestas, ropa. Sólo calma la culpa que siente por no saber qué hacer conmigo, no está nunca… Seguramente fue igual con mamá. No tengo a quien recurrir. No quiero espantar a mi novio con todo esto, ni pinchar la burbuja de la felicidad en la que viven mis amigas. Soy capaz de muchas cosas que no querrán saber. ¿Qué hago? Nada. Tiempo invertido en estudio, excelentes notas, cursos varios, simpatía extrema. Eso es nada y me odio, lo cierto es que me acostumbré a no querer comer. Voy a ser perfecta y si duele a nadie le importa”.
Las cosas le pasaron rápido en la vida. La anorexia y la bulimia dejaron de ser una novedad, muchas cosas no pudo entender. Enfermedades que pasaron a ser parte de su vida y un medio para diferenciarse. En un primer momento fue un grito de ayuda, pero luego se convirtió en un hueco cómodo desde donde mirar la vida. Un vicio, una forma de ser. Su única seguridad de sujetarse a la vida, la única afirmación entre las imágenes que pululaban en su cabeza. Ella (Carla) escuchó la puerta y escondió el diario de su amiga Claudia con vergüenza. “Otro sobre para papá, él sí que se la pasa ocupado”, dijo escondiendo una lágrima.
La relación de los enfermos de anorexia y bulimia con su madre fue definida por la profesora de psicología del Colegio Nº19, “hay grandes trastornos en la relación con la madre, tanto en la bulimia como en la anorexia; en general, en los problemas alimenticios hay trastornos en el vínculo con el que ocupó la función materna”.
Prosiguió la historia de las dos adolescentes. Habiendo ya pasado toda una tarde, el reloj le indicó que ya era hora de volver. La acompañó hasta la parada y se despidieron con un dejo de tristeza. Luego de haber cenado los ñoquis de su mamá con toda la familia que estaba de visita, pensó que cada bocado fue una piedra. Y la culpa la condujo al baño, donde entre lágrimas y desesperación pensó en quienes jamás comprenderían lo que ella estaba pasando. Repentinamente se dio cuenta que ya había vomitado.
El vómito es provocado por ellos mismos. Produce daños en el organismo. ¿Qué trastornos ocasiona? Graciela Bugallo contestó de la siguiente manera. “Primero, en el paladar. Si una persona se pone el dedo en la boca, una vez no le va a pasar nada. Pasa que la bulimia es más difícil de detectar porque es un trastorno que con el paso del tiempo (años) le va a ir provocando una modificación en el techo de la boca, o sea en el paladar, la lengua y los dientes también”. Agregó que, “más el uso de laxantes que arruina el sistema intestinal, el esófago, el esmalte de los dientes. Todo un desgaste que con el paso del tiempo puede producir otras cosas”. Por último, la docente remarcó que “ustedes dirán si yo puedo vomitar y no pasa nada, pasa que es reiterado: come y vomita. No es normal para una persona que coma y vomita. Toda la parte muscular se ve alterada porque ella hace un esfuerzo. Cuando uno tiene que vomitar trabaja el tórax porque están haciendo un esfuerzo con el abdomen, produce una alteración”.
Un final abierto
Cristina Maccari, docente de psicología, comentó que “la automutilación es la consecuencia de la no aceptación de lo que son, y atención con esto de que son las chicas nada más, pega más en la población femenina pero también los varones padecen esto. Y no sólo hablamos de adolescentes, de 8, 9 años”. ¿Por qué sucede esto? La profesora dijo que “tiene que ver con las exigencias del medio y cómo la persona toma esas exigencias, cuánto lugar hay en ese núcleo para la manifestación de lo que la gente es, no de lo que la gente debería ser. Hay una imagen corporal que se adecua al ideal en vez del cuerpo que tengo”.
Un final abierto
Cristina Maccari, docente de psicología, comentó que “la automutilación es la consecuencia de la no aceptación de lo que son, y atención con esto de que son las chicas nada más, pega más en la población femenina pero también los varones padecen esto. Y no sólo hablamos de adolescentes, de 8, 9 años”. ¿Por qué sucede esto? La profesora dijo que “tiene que ver con las exigencias del medio y cómo la persona toma esas exigencias, cuánto lugar hay en ese núcleo para la manifestación de lo que la gente es, no de lo que la gente debería ser. Hay una imagen corporal que se adecua al ideal en vez del cuerpo que tengo”.
El relato de vida de Claudia y Carla alcanzó su pico de tensión. Desde aquella noche ya han pasado dos meses. Carla siguió viendo a su amiga, a pesar de que Claudia se conectara cada vez menos. La última vez estaba pálida, con ojeras. La ropa le quedaba muy holgada y su humor estaba cambiado. Ante esto, la amiga (Carla) comenzaba a preocuparse por la suerte de su compinche, “¿por qué pasaba esto, tantos cambios?” pensaba en voz alta. Un día se levantó con la idea de visitar a Claudia, pues su ausencia se había vuelto cotidiana y eso -en esas circunstancias- no era muy alentador. “¿Era por ella, había hecho algo mal?”, se interrogaba. Decidida a encontrar una respuesta, una tarde se tomó el 152 sin ningún aviso porque sabía que la amiga iba a estar en su casa.
Una vez descendida del colectivo, y a casi dos cuadras de la casa de Claudia, escuchó el ulular de sirenas. Siguió caminando. Dio unos pasos y vio a una ambulancia estacionada en un garage. Llegó y por una fracción de segundo se paralizó totalmente, luego se incorporó en la escena y vio como trasladaban a su amiga en una camilla hacia el vehículo. Antes que arrancara le preguntó al enfermero a qué hospital se dirigían. La ambulancia se marchó y Carla se quedó con el corazón en la boca. No dudó en ir a verla, no era lejos. Cuando llegó al hospital vio al padre hablando por el celular, se acordó del diario de Claudia en relación a la poca presencia del padre en su vida.
Aturdida y apurada siguió las indicaciones de los empleados hasta encontrar la habitación. La vio desde la cerradura. La puerta se abrió y de allí salió el médico. No le permitieron verla. Ella estaba desesperada, se sentó en el suelo intentando descifrar cómo es que a alguien tan genial le puede pasar algo tan fuerte. Mientras tanto, el médico se encontraba con el padre a unos metros de ella. Su sollozo le impidió oír con claridad, sólo alcanzó a escuchar las palabras “bulimia”, “anorexia”, “corazón”, “huesos”. Se estremeció. Evitó creer que había escuchado “cáncer”. Vio al padre de Claudia golpear una pared con una leve lágrima brotando de su ojo. No se animó a saludarlo ni a decirle nada, “¿cómo puede ser que esté así si nunca había cuidado de su hija?”.
Ya en su casa notó que no había nadie, tan sólo un plato cubierto con un repasador sobre la mesa, y una nota que decía “Carla, nos fuimos a lo de la abuela y vamos a tardar, te preparé milanesas, espero que te gusten”. Esta vez no pensó en lo mucho que quería adelgazar, ni en princesas, ni en fotos, ni metros. Por primera vez en mucho tiempo, se sentó en la mesa sin la sensación de querer abandonarla. Pensando en su madre comió un poco de lo que había dejado, pero pensando en Claudia se puso a llorar: “Mamá, necesito ayuda” gritó por teléfono y esperó.
Equipo Periodístico: Micaela Del Gaudio, Pablo Lavandeira Starópoli, Mariana Leibinstein y Ana Sorín.* Dirección: Claudio Morales
*Alumnos de cuarto y quinto año del Colegio Nº19 “Luis Pasteur” e integrantes del Taller de Periodismo que funciona en ese colegio.
Aturdida y apurada siguió las indicaciones de los empleados hasta encontrar la habitación. La vio desde la cerradura. La puerta se abrió y de allí salió el médico. No le permitieron verla. Ella estaba desesperada, se sentó en el suelo intentando descifrar cómo es que a alguien tan genial le puede pasar algo tan fuerte. Mientras tanto, el médico se encontraba con el padre a unos metros de ella. Su sollozo le impidió oír con claridad, sólo alcanzó a escuchar las palabras “bulimia”, “anorexia”, “corazón”, “huesos”. Se estremeció. Evitó creer que había escuchado “cáncer”. Vio al padre de Claudia golpear una pared con una leve lágrima brotando de su ojo. No se animó a saludarlo ni a decirle nada, “¿cómo puede ser que esté así si nunca había cuidado de su hija?”.
Ya en su casa notó que no había nadie, tan sólo un plato cubierto con un repasador sobre la mesa, y una nota que decía “Carla, nos fuimos a lo de la abuela y vamos a tardar, te preparé milanesas, espero que te gusten”. Esta vez no pensó en lo mucho que quería adelgazar, ni en princesas, ni en fotos, ni metros. Por primera vez en mucho tiempo, se sentó en la mesa sin la sensación de querer abandonarla. Pensando en su madre comió un poco de lo que había dejado, pero pensando en Claudia se puso a llorar: “Mamá, necesito ayuda” gritó por teléfono y esperó.
Equipo Periodístico: Micaela Del Gaudio, Pablo Lavandeira Starópoli, Mariana Leibinstein y Ana Sorín.* Dirección: Claudio Morales
*Alumnos de cuarto y quinto año del Colegio Nº19 “Luis Pasteur” e integrantes del Taller de Periodismo que funciona en ese colegio.