30 años ya, parece tanto tiempo. 30 años del comunicado número 1, de ese momento nefasto para la historia de este país. Se venía palpitando a partir de la muerte de Perón y la asunción de Isabel Martínez el país ya no fue el mismo, y el 24 de marzo de 1976 terminó de estallar esa bomba.
Con la asunción de la Junta encabezada por Videla, Massera y Agosti, comenzó lo que fueron hasta 1983, años en que la música, el arte, el cine, el teatro, el deporte, la ciencia y todo aquello que no era “bueno” para que la sociedad pensara, progresara o simplemente todo lo que no le gustaba al gobierno sufrió su mayor censura.
Misteriosamente, la gente empezó a desaparecer, apareciendo muertos algunos o simplemente quedando desaparecidos hasta nuestros días. Estudiantes que iban a villas a enseñar a los más necesitados, participantes de centros de estudiantes o partidos políticos, escritores, madres, padres, hijos, futuras madres -éstas últimas dando a luz a hijos que nunca verían, que serían entregados a familias postizas-.
Lentamente, en Buenos Aires empezaron a aparecer señoras, se decían madres de los desaparecidos, abuelas de esos nietos. Ellas encabezaron una lucha que sigue hasta nuestros días buscando a sus hijos, a sus nietos.
Pasaron los años, cada vez más crecían los desaparecidos, los problemas económicos y, también, el malestar social. Un general borracho inventó una guerra para intentar salvar el gobierno. El fracaso fue enorme, jóvenes muertos de frío y hambre, dieron la vida por una causa que desde su inicio era inútil.
Fue el último intento por seguir con el gobierno militar. Las elecciones de 1983 devolvieron la tan necesitada democracia. Era el fin de la dictadura más sangrienta de Sudamérica, dejando más de 30.000 desaparecidos.
En los últimos años, lamentablemente pareciera que la memoria se le fue borrando a este pueblo, nuestro pueblo. Pero, nosotros la juventud, necesitamos seguir recordando para que nunca más nadie quiera volver al poder de esa manera y seguir siendo libres de, por ejemplo, leer este discurso.
Pablo Ezequiel Lavandeira Starópoli.
Con la asunción de la Junta encabezada por Videla, Massera y Agosti, comenzó lo que fueron hasta 1983, años en que la música, el arte, el cine, el teatro, el deporte, la ciencia y todo aquello que no era “bueno” para que la sociedad pensara, progresara o simplemente todo lo que no le gustaba al gobierno sufrió su mayor censura.
Misteriosamente, la gente empezó a desaparecer, apareciendo muertos algunos o simplemente quedando desaparecidos hasta nuestros días. Estudiantes que iban a villas a enseñar a los más necesitados, participantes de centros de estudiantes o partidos políticos, escritores, madres, padres, hijos, futuras madres -éstas últimas dando a luz a hijos que nunca verían, que serían entregados a familias postizas-.
Lentamente, en Buenos Aires empezaron a aparecer señoras, se decían madres de los desaparecidos, abuelas de esos nietos. Ellas encabezaron una lucha que sigue hasta nuestros días buscando a sus hijos, a sus nietos.
Pasaron los años, cada vez más crecían los desaparecidos, los problemas económicos y, también, el malestar social. Un general borracho inventó una guerra para intentar salvar el gobierno. El fracaso fue enorme, jóvenes muertos de frío y hambre, dieron la vida por una causa que desde su inicio era inútil.
Fue el último intento por seguir con el gobierno militar. Las elecciones de 1983 devolvieron la tan necesitada democracia. Era el fin de la dictadura más sangrienta de Sudamérica, dejando más de 30.000 desaparecidos.
En los últimos años, lamentablemente pareciera que la memoria se le fue borrando a este pueblo, nuestro pueblo. Pero, nosotros la juventud, necesitamos seguir recordando para que nunca más nadie quiera volver al poder de esa manera y seguir siendo libres de, por ejemplo, leer este discurso.
Pablo Ezequiel Lavandeira Starópoli.
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