Un espacio para la cultura: El Hombre Racional, de Nicolás Suárez

El hombre racional

Por Nicolás Suárez


Suena la radio mientras el agua tiñe de tristeza las calles invitando a quedarse en casa siendo así no muy distinto a todos los días, incomunicado, sin emitir sonidos más que la respiración, sin poder dormir por apnea al sueño entreteniéndome no sólo con el sonido radial sino también con cigarrillo tras cigarrillo, mirando el cuadro del cielo enardecido, ansioso las piernas se mueven perdiendo el control sobremanera de mí.

Pensando, pensando, pensado es lo único que sé hacer bien, pero como desearía bajar la intensidad racional y comunicarme con alguien. El celular no tiene mensajes, ninguna llamada al teléfono, nada. Apago la radio para ver si el silencio me calma, tomo un vaso de agua, vuelvo a tomar otro, la mascota sigue durmiendo en la cama sin darse cuenta de mi estado, es un animal, entonces me dejo caer y me anuncio que no puedo más. Salgo a la calle, la única presencia existente es la del viento que enfría mi nariz y agarrota los dedos pero sigo caminando, el otoño le está dando lugar al invierno, me entretengo pisando las hojas secas, hobby viejo de mi infancia, me sorprendo de que no hay nadie en la calle después de diez cuadras, llego a la plaza del barrio, no cerca veo unos niños en la arena lo cual no puedo ir a hablarles aunque quisiera, entonces me arrepiento y vuelvo, pero antes de regresar choco con una chica que acaricia los 20 años, haciéndome acordar de un ángel que conocí en algún tiempo atrás, le pido disculpas a ella, sin embargo no me contesta, amargamente baja la mirada y seguimos con nuestros caminos.


Debo admitir que me siento quieto en mi recorrida por las veredas de Villa del Parque, como si fuera un ancla en clavado en la tierra tal como si fuera de esos sueños que te movés pero nada va quedando atrás sólo tus pies poseen movimiento.

Entro al edificio y llegando al segundo piso donde se ubica mi departamento escucho vagamente pero aumentando el volumen a medida que me acerco un tema de Muse que se titula unintended el cual no recuerdo haberlo puesto, lo cual me resulta extraño, pongo las llaves en la cerradura de la puerta barnizada, abro y ahí estaba ella mirándome con expresión de alivio después de una larga espera. Mi primera reacción es de sorpresa mientras todos mis músculos se tensan y mis nervios expulsan impulsos eléctricos hacia cualquier parte de mi cuerpo, balbuceo un torpe hola que se pierde en el comedor igualmente me devuelve el saludo con calma y quedo paralizado en el tiempo aunque la música siga sonando sin prestarle atención, mis ojos se abren cual sorpresa anterior no desapareció. Perdido por perdido, dejar que la última oportunidad de felicidad me empañe y borre todo aquello que me arrazo subyugándome hasta perder el lado más circunspecto, intelectual porque ya nada me sirve al quedarme con sólo respuestas sin ninguna preguntar, arrancando toda la esperanza que por más estúpido que sea busque a lo largo de mi existencia.


Una vez leí una frase de García Márquez que en este momento me vino a la cabeza: –soportando tantos sueños pasados por agua, y tantos suspiros reprimidos por ilusiones imposibles–, tal vez en la locura lo imposible sea real, si ha de ser así no tengo otra opción.

Puede que sienta felicidad, puede que sienta tristeza, me siento un insecto en las palmas de la vida sin poder respirar, quiero llorar, gritar, reír, incluso sangrar. Sensación extraña de terror inclusive que desgarra la piel secándola enfriando entumeciendo el cuerpo, porque sé que no es real, que me encuentro en alguna situación virtual aunque mi conciencia intenta confundirme y domarme en la ilusión, me echo hacia atrás como un perro asustado mientras sigo mirando perplejo la sublime y bella imagen de aquel ángel que tanto estaba extrañando. Aún así me trasmite tranquilidad, me entrego a la felicidad sin importarme cuan peligroso puede ser mi opción, me abalanzo a sus brazos, lloro de placer, me derroto ante ella al igual que un idiota, levanto la mirada veo sus ojos azules color mar, donde sus aguas desembocan en la eternidad del océano bañándome de coraje. Sin decir una palabra pone las manos sobre las mías me levanta, y sé que me está diciendo: "Todo está bien, estamos juntos".

En mi habitación el deseo atraviesa la cabeza destruyendo lo racional que hay en mí, se apodera y me pierdo en su piel, desarmando las sabanas con cada suspiro y con la tentación misma que tuvimos en aquellos tiempos hasta sasear la sed que había quedado en la copa ropa de una vida anterior.


El tiempo pasa, y estamos abrazados sin soltarnos y llega el momento de parar, cierro los ojos, y tomo un último suspiro, al oído le digo gracias dejando de respirar. Después de ocho días puedo dormir.

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